LA ADICCIÓN
NO PUEDE SER OBLIGATORIA
No a la imposición de
escuchar música indeseable
Escuchar
música es uno de los placeres de la vida. Pero, al igual que otros placeres,
deja de serlo cuando se hace bajo imposición. Obligarle a escuchar música que
no tiene interés en escuchar, es como obligarle a leer un libro que no quiere
leer. Como obligarle a comer o a beber cuando usted no lo desea. Como obligarle
a mantener relaciones sexuales a la fuerza. Como obligarle a jugar bajo
amenazas. De la misma manera que ser violado no es hacer el amor, o que el
juego obligatorio no es juego, oir música impuesta es "soportar
sonidos", pero no "escuchar música".
En
la mayoría de los establecimientos, le obligan a tener que soportar música
mientras usted compra el tipo de producto que allí se venda. Es algo tan
habitual, que no nos paramos a pensar que pueda ser algo dictatorial o
alienante. En todas las culturas hay "aberraciones" que no son
percibidas como tales por quienes viven inmersos en ellas. En la llamada
"vida moderna", esta puede ser una más. La "música
obligatoria" nos la venden como un "favor", como una
"oferta". Pero la
Historia nos enseña a desconfiar de las "ofertas que no
se pueden rechazar".
Seriedad, no diversión
Usted
no entra en el establecimiento a buscar "diversión", sino el tipo de
producto que allí se venda. Aquel que están autorizados a comercializar, y por
lo que pagan impuestos. La diversión se vende en otros establecimientos
concretos, como "pubs" o discotecas, en los que sí tiene sentido que
le pongan música. Pero las personas adultas no quieren diversión a todas horas, como no quieren comer a todas
horas, ni beber a todas horas, ni jugar a todas horas. Y mucho menos si es de
forma obligada. En muchas ocasiones, por diversos motivos, no querrá usted
diversión en absoluto. Pero los comerciantes le presuponen, "por
defecto", un "quinceañero", sin nada más importante en qué
pensar que en escuchar música y divertirse continuadamente. Demasiado
presuponer.
La música ambiental es absurda en un aula, en un
juicio, en un pleno municipal, en un consejo de administración, o en un
Parlamento. Se dice que son "lugares serios". Pero un establecimiento
comercial no tiene por qué ser considerado menos "serio". Comprar,
gastar el dinero, siempre es algo serio. O por lo menos tienen que respetar su
derecho a tomárselo en serio. ¿Qué sentido tiene tener que soportar dogmáticamente música para comprar
macarrones, medicinas o zapatos, para pagar un recibo bancario, o para
contratar un seguro, por poner sólo algunos ejemplos? Usted tiene derecho a
darle a todos sus actos el grado de "seriedad" que estime oportuno,
incluido el de comprar, sin que nadie decida por usted que los trivialice.
Si
dice que quiere comprar en estado "normal", sin tener que escuchar
música "narcotizante",
suelen responderle: "Si no está dispuesto a escuchar música mientras
compra, no entre". Mediante ese mismo razonamiento, podrían obligarle a
comprar andando a gatas, diciéndole: "Si no quiere usted hacerlo, es muy
libre de no entrar aquí". Pero lo único a lo que pueden obligarle es a
pagar por lo que compre. La escucha obligatoria de música no guarda relación
(salvo en los casos apuntados) con el producto o servicio que allí se vende, y
obligarlo a escuchar música es un atentado contra su dignidad, como obligarlo a
jugar, o a andar a gatas. Desde luego que usted puede encontrar divertido andar
a gatas, pero cuando lo decida usted, por ejemplo jugando con su hijo. Pero no
estaría dispuesto a que se lo impusieran como condición para entrar en un
comercio con la excusa de que "es divertido". Lo que sea divertido
para usted, debe decidirlo usted.
Estrategia macabra
Por
poner un ejemplo concreto: los restaurantes. ¿Por qué tienen que obligarle a
comer escuchando música? ¿En qué escuela de hostelería se explica que cualquier
plato debe llevar como ingrediente necesario un ritmo de batería, un solo de
guitarra eléctrica o el maullido desafinado de una cantante adolescente? Mucha
gente soporta la música en los restaurantes sin protestar. Es lo que los
expertos en maltrato llaman "sumisión aprendida". Pero si ese mismo
sonido lo oyeran en el comedor de su casa, proveniente del vecino de arriba, la
reacción sería muy diferente.
La
presencia de música hace que sólo puedan mantenerse conversaciones cortas e
intranscendetes. La música narcotiza los
cerebros y estorba en la comunicación entre personas, por lo que, cuando
desaparece bruscamente, se hace patente la falta de verdadero interés en los
temas tratados, acerca de los que no hay mucho que hablar. Si no hubiera habido
música, las conversaciones se habrían animado desde el principio, y serían
mucho más interesantes. Pero los empresarios de hostelería no deben querer eso.
La gente estaría más tiempo en sus locales, sin consumir necesariamente más por
ello. Prefieren aturdir a sus clientes con música no solicitada, para que
consuman, no se relacionen, y se vayan pronto a intentarlo en otro lugar. En el
que tampoco lograrán conversar y relacionarse porque la plaga musical les estará esperando también allí. Otro ejemplo
pueden ser los autobuses. Si en un autobús con la música apagada entra un
viajero con un aparato encendido, el resto de los viajeros protestan. Pero si
la enciende el propio conductor, la soportan. Otro caso de "sumisión
aprendida". Lo mismo sucede cuando en bares o cafeterías soportamos
estoicamente programas de televisión que "zapearíamos"
automáticamente en nuestras casas.
A
la "mayoría silenciosa" de las personas les molesta la música
ambiente, como demuestran estudios serios en todo el mundo. Y seguramente les
molestaría a un mayor número si eliminasen su propia autocensura a
planteárselo. Pues, como en todas las dictaduras, el truco está en que no se
cuestione. Otras, no se atreven a protestar por un equivocado sentido de la
educación. O por miedos acomplejados, como ser consideradas
"anticuadas" u otros temores similares, absurdos e intrascendentes.
También hubo un tiempo en el que no estar dispuesto a soportar el humo del
tabaco de otros era "ser anticuado".
La droga sonora
Ciertos
colectivos están interesados en promover esa "droga sonora". A los comerciantes se les han convencido de la
falsa idea de que venden más así. Estudios serios en todo el mundo demuestran
que no es más que uno de tantos tópicos falsos. ¿Realmente creen que la gente
es, de forma significativa, tan estúpida como para comprar o dejar de comprar
algo porque le pongan música? Es fácil comprobar que muchas cadenas multinacionales
de éxito ya no tienen música en sus establecimientos. Saben que no se
"acaba el mundo", que no viene el "cuco", que no es
"pecado" trabajar en algún lugar que no sea una discoteca. Y es que
ya no hay zapaterías, sino discotecas donde venden zapatos. No hay
restaurantes, sino discotecas donde dan de comer, etc. Otras veces, donde hay
música ambiental, hay un problema oculto que permanece sin resolver, y la
música lo enmascara como cuando se pone para disimular esperas en el servicio.
Problema que podría ser resuelto contratando a más personal por poner sólo un
ejemplo.
Adicción oculta
De
esa manera, con la técnica del "perro de Pavlov", han conseguido
"drogar" a muchas personas
con la música ambiental. Como todos los adictos, lo negarán. Pero, si se la
apagan, reaccionarán con la misma agresividad con la que lo haría un drogadicto
al que le quitan su dosis. El "mundo real" les resulta extraño tal
como es. Necesitan de la alteración de la percepción que les proporciona el
altavoz interfiriendo en sus procesos mentales. Si les pide que apaguen la
música, lo más que estarán dispuestos a hacer será ponerla baja, diciendo:
"Está tan baja, que es como si estuviese apagada". A lo cual se les
puede responder: "Pues si es como si estuviese apagada,¿ por qué no la
apaga?". Reconocerán entonces que "no es lo mismo".
Efectivamente. Y, si no es "lo mismo" para ellos, no tiene por qué
serlo para usted. Observe sus reacciones. Son las propias de los síndromes de abstinencia de los
drogadictos. Si le dicen: "Pero qué manía tiene usted con apagar la
música", usted puede responder: "La
manía es la suya, la de tener que escuchar música para todo, a todas horas, y
en todas partes". Esas personas sufren de una especie de
"Síndrome de Estocolmo", sus
cerebros están "secuestrados" por el sonido permanente de un altavoz.
No disfrutan de la música por elección. La
necesitan por adicción, para evitar los efectos del síndrome de
abstinencia. Como las mujeres maltratadas que no pueden vivir sin su
maltratador, necesitarían un tiempo de alejamiento y de
"desintoxicación".
Pero que ciertas personas necesiten su
"droga", no les da derecho a obligar a los demás a consumirla. Las
drogas no pueden ser de consumo obligatorio. Como apuntábamos antes, hay muchos aspectos comunes con la adicción al
tabaco y el supuesto "derecho" (hoy eliminado) de imponerlo a los no
fumadores.
Ladrones del derecho
Si
le bombardean con música en todas partes y a todas horas, le saturan y le
hartan con música indeseada por lo que no le quedarán ganas de escuchar música
a su gusto, cuando llegue a su casa. Le "roban" el derecho a
disfrutarla. Es por eso que los mayores detractores de la música ambiental
impuesta suelen ser los amantes de la música. El gran pianista y director de
orquesta Daniel Baremboim es uno de ellos, y dirige una asociación en ese
sentido. Los países con mayor cultura
musical son los más intolerantes con ese tipo de "contaminación acústica".
Armando Ojea Bouzo
Administrador del grupo internacional Unidos contra el Ruido
Integrante de la Organización Lucha
contra los vecinos ruidosos
Orense, España.
Publicado por diario digital Momarandu.com Disponible en
sitio web:
Publicado por Corrientes en el Aire. Disponible en sitio
web:
Publicado por diario El Disparador de Concepción del Uruguay.
Disponible en sitio web: